Oigo el pulular continuo de doscientas abejas asesinas en el
estómago, destruyendo la colmena para iniciar una nueva obra. Temporada de temporales
en la zona occipital. Es de noche y se me levanta el telón por la zona del
ombligo para dejar ver carne traslúcida e interiores desmantelados a la espera
de una redecoración radical. Los andamios siguen colocados a la espera de que
los canteros retomen el trabajo, picando vértebra para trasladar los fragmentos
a jugueterías en que se venderán como puzles de atrocidades.
Entretenimiento para niños perversos, dice el eslogan.
Y también: niños perversos del mundo, no dejéis de jugar.
Necesitas salir de tu cuerpo y deshacerte de tanta víscera.
No puede salir nada bueno de estas gigantescas fábricas de mierda. Son seres
con vida propia que palpitan agitando maracas y hacen eco por todas las cavidades,
rumiando y ronroneando a placer. Anegadas de cieno y bilis. Píldoras de la
esterilidad para el cerebro que solo se duerme con la nana de sus ritmos
descalabrados. Astronautas con cabezas deformes porque miraron demasiado arriba
y volvieron preñados de roca lunar.
Es de noche y oigo dinamitar todo el peso de la estructura
con los jugos, las abejas y las rocas dentro. Desmantelar los cuerpos.
Matar la luna y sonreír, muy lejos.
Disfruta.
La demolición ha comenzado.